lunes, 2 de enero de 2017

Micorrelatos para el 2º certamen Metro de Málaga

Con motivo del 2º certamen ¨Metro de Málaga¨, no pude evitar estar durante días y días comiéndome el coco para elaborar algunos con los que poder participar en el concurso. Finalmente, ya han salido los ganadores y no estoy entre ellos, así que no hay mejor lugar para dejar guardados los que escribí que una entrada del blog. Aquí dejo los dos que envié, y también otros que escribí, pero que descarté para ser enviados (a los que ni siquiera les puse título).



Condenados al olvido

Cincuenta años se mantuvo siendo lo más importante del lugar, ya que todos cuando le miraban, sabían si llegarían puntuales a sus destinos.
Pero un día, colocaron a un compañero a escasos metros, aunque ni era redondo, ni tenía manecillas, ni doce números. Hacía lo mismo que él, pero de forma extraña.
Consideró esta llegada una traición a sus años ininterrumpidos de oficio, y se enfadó tanto que se rompió sin querer.
Pasó el tiempo y en la estación, nadie notó que aquel instrumento cubierto de polvo ya no funcionaba. La gente sólo prestaba atención al reloj digital.

Mentiras
Aquel niño era tan pequeño que podía decir su edad con sólo una mano. Todavía eso del mundo y la vida le resultaba infinitamente complejo.
Una tarde, sus padres le hicieron viajar en metro y entre tanta novedad de la estación, quedó fascinado con un reloj enorme y precioso que separaba ambas vías.
— ¿Para qué sirve eso mamá?
—Se llama reloj y nos indica el tiempo.
— ¿Y qué precio tiene el tiempo?
— ¿Precio?
—Dijiste que todo tenía un precio, ¿cuánto dinero cuesta mami?
—Nada, el tiempo no tiene precio —respondió la madre, alejando a su hijo de la verdad.



Micorrelatos descartados
Un lunes perfecto
No podía retirar la mirada de su nuevo reloj suizo, y esperando al tren de las ocho, pensó en el día que le esperaba.
Desayunaría en algún sitio elegante del centro de la ciudad y luego pasaría por alguna librería a buscar su próxima adquisición literaria. Luego, volvería andando hasta su casa y cocinaría algo para almorzar. Por la tarde, trabajaría en su nuevo proyecto…
Pero se despertó. Sus ojos vieron una muñeca vacía. Tampoco tenía dinero, ni comida. El frío le helaba los huesos. Dormir junto a una boca de metro era difícil, y más aun siendo mendigo.

                                      
Porque de él dependía la puntualidad de otros, pero eso sólo lo pensó al principio. Tras años de rutina, de ir y venir por las mismas vías, de ver los mismos túneles, de sentarse día tras día junto a las máquinas de la cabina, aquellos primeros pensamientos se fugaron, y trabajaba escaso de motivación. Mejor dicho, la motivación del sueldo a fin de mes.
Y semanas antes de jubilarse, al acabar su turno, se topó con un anciano que parecía estar allí esperándolo, y que le devolvió toda la ilusión por su trabajo con un simple:
¨Gracias conductor¨.
                                    
Y el tiempo era exactamente quince minutos. Ni uno más ni uno menos.
Novecientos segundos tardaría el vagón en llevarla al trabajo junto al chico de la ventana, Manuel, su compañero de oficina por el que ella estaba colada. Aquella oportunidad no se podía desaprovechar.
Inexplicablemente, ella, de naturaleza impuntual, había llegado a su hora a la boca del metro y pudo entrar al vagón justo antes de que este cerrara las puertas a centímetros de su espalda.
Quince minutos para averiguar si el próximo sábado Manuel estaba libre para ir a cenar.
Quince minutos que terminaron generando una familia numerosa.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario